Ficha Sucia: el Senado rechazó la ley que el pueblo exigía y dejó al desnudo el pacto de impunidad política

La imagen fue clara y dolorosa: senadores que se cuidan entre ellos, blindando a los suyos, mientras ignoran de manera flagrante el grito de millones de argentinos que pedían, al menos, un mínimo de decencia institucional. Lo que se discutía no era un tecnicismo legal ni una disputa ideológica. Se trataba de algo básico: que un condenado por corrupción no pueda ocupar cargos públicos. Pero ni siquiera eso se logró.

El rechazo de esta ley dejó al descubierto, una vez más, cómo funciona la política en Argentina: se autoprotege. Se acomoda. Se blinda. Los representantes del pueblo no representaron al pueblo, sino a un sistema que permite que condenados por robarle al Estado —es decir, al propio pueblo— sigan manejando los hilos del poder.

Las caras visibles del rechazo, como el bloque kirchnerista que votó en contra, hablaron de “proscribir a Cristina”, cuando en realidad lo que se estaba proponiendo era que nadie con una condena judicial firme pudiera presentarse como candidato. No se trataba de nombres, se trataba de principios. Pero hasta eso les resulta incómodo.

El dato es incómodo, pero necesario: que una ley así sea necesaria también habla de nosotros como sociedad. ¿Cómo puede ser que tengamos que legislar para evitar votar corruptos? ¿Por qué elegimos una y otra vez a quienes han sido condenados o están procesados por robar? En cualquier democracia sana, ese tipo de candidatos ni siquiera debería tener chances. Pero en Argentina, no sólo las tienen: ganan elecciones.

Por eso, esta derrota legislativa también debe hacernos mirar hacia adentro. Si los políticos corruptos llegan al Congreso, es porque alguien los votó. El sistema político está podrido, sí, pero también lo está una parte de la ciudadanía que los justifica, los defiende o directamente los elige.

La indignación que recorrió las redes y las calles tras el rechazo de la ley es la prueba de que hay una Argentina que no quiere resignarse. Que no acepta más impunidad ni privilegios. Que exige un cambio real, no de discurso, sino de valores.

El proyecto de Ficha Limpia volverá a presentarse, seguramente. Pero más importante que eso es entender que el cambio no puede depender solo de una ley. El cambio empieza en las urnas, en nuestras decisiones, en cómo premiamos o castigamos a quienes usan la política para enriquecerse.

Si seguimos votando a los mismos de siempre, no hay ley que nos salve.

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