De la identidad a la política: el trasfondo de la movilización “antifascista”

Uno de los lemas más repetidos durante la jornada fue: “Volvemos a tener miedo”. Sin embargo, en un país donde la inseguridad ha sido una de las principales preocupaciones de la sociedad por décadas, esa afirmación resonó de manera particular. Mientras que en otros momentos estos sectores relativizaron el impacto del delito en la vida cotidiana, hoy reivindican el temor como una forma de resistencia política.

La movilización fue impulsada tras el discurso del presidente en Davos, donde sus definiciones ideológicas generaron fuertes reacciones. Para los convocantes, las palabras del mandatario fueron una muestra del avance de un modelo “autoritario y excluyente”, aunque el acto mismo de la protesta desmintió cualquier idea de persecución política: miles de personas pudieron expresarse con total libertad en las calles de la ciudad sin ningún tipo de represión estatal.

Las contradicciones también se hicieron evidentes en la apropiación de conceptos. Se denominó a la marcha “antifascista” y “antirracista”, pero el uso de estas palabras pareciera despojado de su significado histórico. En un país que no ha experimentado regímenes fascistas ni un racismo estructural como el de otras naciones, la calificación de “dictadura” o “persecución” resulta, cuanto menos, forzada.

Algunas de las figuras políticas que participaron de la marcha.
Arriba Máximo Kirchner, Mayra Mendoza y Wado de Pedro en la marcha.
Abajo Axel Kicillof (mientras el conurbano sufre una de las olas de inseguridad mas fuertes de los últimos años) y Nicolás del Caño.

Uno de los puntos más llamativos de la convocatoria fue la amplia presencia de funcionarios, dirigentes y militantes vinculados al kirchnerismo, el trotskismo y sectores de la CGT. Axel Kicillof, Wado de Pedro, Máximo Kirchner y Myriam Bregman, entre otros, encabezaron distintas columnas, mientras que también hubo adhesiones de referentes radicales como Martín Lousteau. La presencia sindical también generó críticas: muchos se preguntaron por qué la central obrera no se movilizó con la misma energía en defensa de los jubilados o contra la inflación que afecta el poder adquisitivo de los trabajadores.

En el discurso de los manifestantes se hizo especial énfasis en la defensa de “derechos conquistados”. Sin embargo, también quedó en evidencia cómo la política identitaria ha derivado en la creación de estructuras burocráticas destinadas a perpetuar problemas en lugar de solucionarlos. Organismos, programas y dependencias enteras han surgido al amparo de estas agendas, con un presupuesto millonario y una dudosa eficacia en la mejora de la vida de las personas a las que dicen representar.

Otro de los aspectos que llamó la atención fue la intención de importar debates raciales ajenos a la historia argentina. Mientras que el país ha sido históricamente un crisol de culturas, la marcha insistió en imponer una narrativa de opresión basada en el color de piel. Frases como “soy marrón” o “identidad marrona” se convirtieron en consignas, reflejando la adopción de un discurso que poco tiene que ver con la realidad social del país.

El desarrollo de la protesta también dejó expuesta la paradoja de ciertos sectores que reivindican la “diversidad” mientras censuran y cancelan a quienes piensan distinto. La misma militancia que exige respeto para su propia visión del mundo no duda en desacreditar o silenciar a quienes no adhieren a su relato.

Finalmente, la jornada reflejó una realidad que va más allá de las consignas: la grieta sigue siendo el eje que organiza el debate público en Argentina. Mientras unos sectores denuncian una supuesta “ultraderecha”, otros ven en estos movimientos un intento de consolidar privilegios bajo la bandera de los derechos. En ese enfrentamiento, lo que queda en segundo plano es la discusión real sobre cómo mejorar las condiciones de vida de todos los argentinos, sin distinción de identidad o pertenencia política.

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