Durante décadas, el mundo la conoció como la mujer más bella del planeta, una estrella de Hollywood que deslumbró a la industria cinematográfica con su elegancia y magnetismo. Pero detrás del brillo y las cámaras, Hedy Lamarr escondía una mente prodigiosa: fue la inventora de una tecnología que serviría de base para el Wi-Fi, el GPS y la telefonía móvil moderna.
Nació en Viena en 1914 como Hedwig Kiesler, hija de un empresario y una pianista. Desde niña mostró una inteligencia fuera de lo común: hablaba varios idiomas y su padre le enseñó principios de ingeniería. A los 18 años, protagonizó la polémica película Éxtasis (1933), donde fingió un orgasmo en cámara, algo inédito para la época y duramente censurado por la Iglesia. Esa escena marcaría su carrera y, en parte, su destino.
Poco después, se casó con Fritz Mandl, un magnate austríaco vinculado al fascismo. Aunque vivía rodeada de lujos, Hedy estaba prácticamente prisionera: su esposo controlaba cada aspecto de su vida. En una audaz maniobra, escapó disfrazada de su propia doncella y huyó a París. Allí conoció al productor de Hollywood Louis B. Mayer, quien le ofreció un contrato y le pidió cambiar su nombre: así nació Hedy Lamarr.
En Estados Unidos, se convirtió en una estrella: protagonizó Algiers, Sansón y Dalila y varias superproducciones bajo la dirección de los más grandes cineastas. Sin embargo, Hollywood solo veía su belleza. La industria la encasilló como símbolo sexual y jamás como una mujer de ciencia.
Durante la Segunda Guerra Mundial, Lamarr sorprendió al mundo al idear un sistema de comunicación secreto junto al compositor George Antheil. Basado en 88 frecuencias —como las teclas de un piano—, el invento evitaba que los enemigos interceptaran señales de radio utilizadas para guiar torpedos. Aunque el Ejército estadounidense desestimó el proyecto, años más tarde esa misma tecnología se convertiría en la base del Wi-Fi, el Bluetooth y el GPS.
A pesar de su aporte crucial, su nombre fue borrado de los libros durante décadas. Solo hacia el final de su vida recibió reconocimiento, cuando la Fundación Frontera Electrónica y el Premio Pioneer la homenajearon por su innovación. Su respuesta fue tan brillante como irónica: “Ya era hora”.
Hedy Lamarr falleció en el año 2000, a los 85 años, en Florida. Sus cenizas fueron esparcidas en Viena, su ciudad natal, donde cada 9 de noviembre se celebra el Día del Inventor en su honor.
Su historia simboliza una injusticia que atravesó generaciones: la de una mujer cuya inteligencia fue eclipsada por su belleza. Hoy, el mundo la recuerda no solo como una diva del cine clásico, sino como la mente visionaria que imaginó la tecnología que conecta a toda la humanidad.

