Tres minutos bastaron para transformar una tarde común en una escena de terror. Una vecina jubilada de Monte Grande fue víctima de una salvaje entradera el martes pasado, en una vivienda ubicada en pleno centro del partido de Esteban Echeverría, a tan solo dos cuadras de la Municipalidad y a tres de una comisaría.
El violento hecho ocurrió cerca de las 14.25, cuando una mujer tocó la puerta del domicilio de la víctima y, valiéndose de un engaño, logró ingresar. Según se ve en las imágenes registradas por una cámara de seguridad, la falsa visitante alegó estar embarazada, pero en realidad era una delincuente que, segundos después, sometió con fuerza a la dueña de casa mientras exigía las llaves de entrada.
Durante la secuencia, la jubilada fue golpeada en el rostro, ahorcada y arrastrada por la fuerza. “¡Socorro, socorro!”, se la escucha gritar mientras dos perras ladran sin cesar. En medio del caos, un segundo delincuente logró ingresar para completar el ataque. Sin embargo, los gritos y la resistencia de la víctima forzaron a los asaltantes a huir del lugar sin concretar el robo.
El hijo de la víctima contó que su madre, además de haber quedado con lesiones físicas, sufre un leve trastorno neurocognitivo. “La engañaron. No sé cómo la convencieron de abrir. Ella no los conocía. La golpearon, la trataron de estrangular, le aflojaron un diente”, relató con angustia.
La causa está en manos de la fiscal Paula Segade, de la UFI N°2 descentralizada de Esteban Echeverría, y la denuncia fue radicada en la comisaría local. Se analizan las cámaras para dar con los responsables, que aún no fueron detenidos.
Una vez más, la violencia golpea sin piedad a nuestros mayores. El ataque ocurrió a plena luz del día, a metros de instituciones clave, sin que nadie pudiera intervenir. Y aunque esta vez la víctima sobrevivió, queda el trauma, el miedo y una certeza: el Estado sigue sin llegar a tiempo.
📝 Opinión | Por Germán Grams
“La zona liberada está entre nosotros”
Hay que decirlo claro: en este país podés vivir frente a la municipalidad, al lado de una comisaría o arriba de un patrullero, y aún así te pueden entrar a tu casa, golpearte, y salir caminando como si nada. Porque la “zona liberada” ya no es un lugar: es una forma de gestión.
Esta señora, jubilada, enferma, vulnerable, fue atacada como si fuera un blanco militar. Le pegaron, la tironearon, le aflojaron los dientes, mientras el Estado se afloja los pantalones. ¿Cuántas cámaras, cuántos chalecos, cuántos planes más necesitamos para que alguien, por fin, aparezca en el momento en que tiene que aparecer?
Y mientras los vecinos se organizan como pueden, los que deberían cuidarnos siguen ensayando excusas. ¿La culpa? Siempre es de otro. ¿Los responsables? Siempre están “investigando”.
Esto no es una excepción. Esto es la norma. Y lo peor de todo: nos estamos acostumbrando.