Acto en defensa de Cristina Kirchner: entre la épica militante y el repudio silencioso del país real

Cristina Kirchner fue condenada a seis años de prisión e inhabilitación perpetua para ejercer cargos públicos por administración fraudulenta de fondos del Estado. El fallo fue confirmado por la Corte Suprema y ya es cosa juzgada. Sin embargo, en lugar de dar un paso al costado, la ex mandataria decidió asumir una vez más el centro de la escena. Desde su departamento de Monserrat, donde cumple prisión domiciliaria, lanzó un discurso en el que no solo cuestionó a la Justicia, sino que también convocó a la reorganización del peronismo de cara al 2027. Lo hizo sin autocrítica y en tono de liderazgo, como si la condena no existiera.

El operativo de respaldo tuvo su epicentro en Plaza de Mayo. Hubo pancartas, cánticos, y militancia movilizada por agrupaciones como La Cámpora y sectores afines al kirchnerismo duro. Sin embargo, la convocatoria no alcanzó el volumen de otras épocas. No estuvieron los gobernadores, ni los intendentes del conurbano en bloque, ni la CGT, ni figuras de peso del PJ nacional. Fue un acto de resistencia simbólica, no de reconstrucción política real.

Mientras algunos medios intentaron inflar la narrativa de una CFK “vigente y combativa”, lo cierto es que la respuesta fue acotada, localizada y sin impacto real en la estructura del peronismo. Fuera del AMBA, no hubo adhesiones, ni movilizaciones ni ecos relevantes. En el resto del país —donde el kirchnerismo perdió presencia y apoyo—, el episodio pasó desapercibido o fue recibido con rechazo.

Mientras en Capital se cantaba “Vamos a volver”, millones de argentinos luchaban con problemas cotidianos: inflación, inseguridad, desempleo, escuelas sin calefacción, hospitales colapsados. En ese contexto, ver a un grupo reducido de personas manifestándose en defensa de una figura condenada por corrupción resulta, para muchos, una burla. La desconexión entre esa escena y las verdaderas urgencias del país es total.

Cristina Kirchner ya no puede competir electoralmente, pero aún conserva capacidad de movilización dentro de su núcleo duro. Lo que no logra es articular un proyecto creíble para el peronismo, que continúa dividido, sin conducción y sin rumbo claro. Axel Kicillof, que hasta hace semanas ensayaba una construcción propia con su espacio Derecho al Futuro, dio un paso atrás y se alineó, aunque con bajo perfil. Pero la fractura está: ni siquiera los suyos parecen convencidos de que el “vamos a volver” sea posible.

Lo que queda es una épica cada vez más vacía, sostenida por nostalgia, negación judicial y marketing militante. El respaldo callejero existe, pero es minoritario. Y el resto del país, en silencio, toma nota.

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