Personas y personajes del ferrocarril: bromas de mal y de buen gusto

Por Abel Fernández. Vecino de la localidad de Matheu quien, a sus 97 años, recuerda sus vivencias como Jefe de Control de Trenes del Ferrocarril Mitre.


En el ferrocarril había una gran diversidad de personas: mayores circunspectos, jóvenes bromistas, personas que aceptaban las bromas, otras que respondían con un insulto todo. Y mediante el teléfono, una noche enfrascado en la suma del mensual del bendito TSA 107, sonó el teléfono, suspendí, y me llamaban “¡Abel, Abel!, ¿tenés parientes afuera?”, “Si, ¿qué pasa?”, “¡¡Entralos, está lloviendo!!”. Por respuesta, un insulto.

En el ferrocarril nada quedaba librado al azar, todo se preveía. En San Martín, punto de asiento de los camareros de los coches dormitorio había uniformes para alguna emergencia. Una tarde enfermó un camarero, víspera de fiesta y nadie quería viajar. Intimaron a un recién llegado y aceptó. Lo vistieron, le dieron algunas instrucciones, y al tren. Disponían de un lugar para permanecer los camareros durante el viaje, donde dormitaba el improvisado camarero y un pasajero insomne se acercó y preguntó: “Camarero, ¿por dónde andamos?”, “Me fijo, señor”, respondió. Levantó su ventanilla, vio un cartel y respondió: “Cafiaspirina, señor”.

Llegó a las Palmas desde el norte un auxiliar, y en esa época en el ferrocarril había un servicio llamado de lotes, en que se transportaba toda clase de mercaderías con tarifas de carga mucho más baratas que las de encomienda. Así, Agar Cros enviaba molinos desarmados, otro comerciante cubiertas de auto, etc. Una noche en las Palmas se descargaron lotes bajo la luz mortecina de faroles de mano. Ya en la oficina, controlando, este hombre notó una deficiencia en los lotes. Telegrafió al guarda: “De los lotes descargados en las Palmas me sobra un cajón de muerto y me falta un ataúd”. El receptor del telegrama, en vez de aconsejarlo, lo repartió, y al mediodía todo el ferrocarril sabía de esto, y el pobre auxiliar tuvo que soportar infinidad de bromas.

Un caso singular, en Beccar: llegó un circo y, como es sabido, hacían publicidad en las calles con algunos animales, payasos, etc. Por una barrera pasaba esta comitiva en la que iba un elefante y, casi encima de él, un impaciente en un Fiat de los llamados Fititos. A raíz del tráfico la marcha se detuvo y el guarda vías mediante un silbato instaba a que se acelerara el paso por la proximidad de un tren. Pero el elefante (tal vez lo hacía en el circo) al sentir el silbato se sentó, pero esta vez sobre el capó del Fitito. El auto quedó planchado, el elefante se incorporó y al Fitito hubo que arrastrarlo fuera de las vías. Casos Verídicos.

Abel Fernández.

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