Abel Fernández, nuestro vecino matheuense de 97 años, nos trae otra de sus anécdotas de su vida como ferroviario.
Esta era una pequeña estafa que guardas y boleteros realizaban en connivencia, y consistía en lo siguiente: el guarda recolectaba boletos de ida -por lo general los más caros- y los entregaba al boletero –cómplice- que volvía venderlos, partiendo las ganancias. Para ello, mojaba los extremos y oprimía para borrar la marca de la fecha (impresa en seco y a presión). Por ahí, una impresión dudosa se iba a los libros y se comprobaba que la fecha de la primera venta databa de unos días antes: boletero y guarda cesantes. Esta práctica, nunca aceptada, no era de mucha gravedad.
Pero trabajaba en el Ferrocarril Central Argentino un inspector de boletos (me reservo el nombre), que era un hombre correcto, elegante, con muy buen trato, pero desleal. Y ahí se “chiveaba” en grande. Cuando se le ordenaba fiscalizar el tren 1 Retiro Rosario, con gran habilidad, simulaba marcar con su pinza el boleto, pero lo hacía en un boleto “mulo”. Una vez recolectados, los entregaba al boletero cómplice y, cuando él estaba ordenado a fiscalizar el tren 1, el boletero los vendía. Este inspector desleal volvía a recolectarlos, pero ahora, iban a la basura. Al parecer, esto es lo que se comentó: un pasajero pidió el boleto que le interesaba por tener el número “capicúa”, pero aquel no se lo dio. Buscando la fecha de la venta entre los recolectados, éste no apareció. Pero tal vez esta no haya sido la causa sino que, ciertos días, en forma sospechosa, disminuía la venta, y esto llamó la atención de alguien que lo denunció. Un día que viajaba él, se ordenó a un inspector de tráfico que se hizo cargo de los boletos, y ahí apareció la estafa. Un caso que tuvo mucha resonancia, y ambos quedaron cesantes.
Abel Fernández