Historias Ferroviarias: “Llegar primero”

Abel Fernández, nuestro vecino matheuense, nos trae otro de sus relatos.


Corría la década del 50 y la pugna por llegar primero se manifestaba de cualquier manera. En el departamento eléctrico se les antojó que remozando un coche eléctrico de los primeros que se usaron y que tenían cuerpo de madera podría hacerlo figurar como “totalmente fabricado en la Argentina”.

El afortunado fue el M P 51 (motor primera): se lo limpió a fondo, todo lo que era de bronce fue niquelado, pero no tuvieron la precaución de borrar las marcas de fábrica. En el interior del salón se renovó el piso, se cambió el tapizado de los asientos, y también las lámparas recibieron lo suyo. Y así salió a la línea, con la leyenda, “totalmente fabricado en la Argentina”. Cualquiera podrá imaginar que no todos se tragaron el sapo, y el M P 51 volvió a la línea sin pena ni gloria.

Agonizaba la señora Eva Perón en la residencia presidencial de la calle Austria en la capital. Debemos suponer que la paciente estaría alojada en una habitación interior lejos del bullicio callejero. No obstante, a alguien se le ocurrió que el silbato de las locomotoras y las bocinas de los trenes que corrían entre Retiro y Empalme Maldonado podrían alterar el descanso de la señora, entonces se prohibió a todos los conductores que utilizaran el silbato y las bocinas. Incluso la estación debió silenciar sus campanas, que autorizaban la partida de los trenes.

Una vez fallecida la señora Eva Perón, y terminado con todos los actos en su honor, a alguien de la Unión Ferroviaria se le ocurrió que algo faltaba, entonces, en su homenaje, se dispuso que durante un mes todos los trenes del país pararan 5 minutos, entre las 13,25 y las 13,30. En la estación Borges, el jefe Rufino Molvert, ensimismado en terminar con las cuentas de fin de mes, al detenerse un tren, fue a la puerta y al ver que todo estaba dispuesto despachó el tren con dos toques de campana.

Corrió el guarda ¡Jefe, estamos de paro! Se celebró una reunión con el guarda segundo y el motorman y todos prometieron silencio, nadie en el tren lo advirtió. A los dos o tres días, un amigo de la gerencia lo llamó y le dijo: “Rufino jubilate por que te echan”. El señalero lo había denunciado, su ambición era llegar primero y ganar puntos.

Rufino, con años de servicio y edad suficientes, pudo jubilarse. Porque una cosa era jubilarse con una renuncia y otra muy difícil con una cesantía. Eran tiempos delicados, donde la delación amenazaba continuamente.

Abel Fernández

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